Cuidar las palabras genera toda clase de activos. Y es gratis.
Una actitud de cambio, fácil de implementar, efectiva para la salud mental y en la prevención de la violencia, es el cuidado de las palabras. Si se instituyeran penas, es decir si hubiera un código penal para sancionar a las personas por proferir palabras o frases hirientes y que, en realidad, a nivel significado carecen en su mayoría de sentido, se trataría de un código en permanente expansión.
Como el control sugerido se perfila individual, cuyo fin es mejorar el clima de los vínculos, comenzar por cuidar las palabras con las que cada uno se dirige al otro o en tanto interviene en una conversación, parece un buen punto de partida. Es fácil observar que es hacia las personas con las que se eligió convivir o hacia aquellas por las que se siente algún afecto que se dirige especialmente ese tipo de lenguaje decadente. Quizás al revés de lo esperado.
Es posible efectuar un cambio comunicacional para que los vínculos se vivan más confortables. Bastaría con evitar frases negativas, palabras agresivas descalificadoras o inútilmente perjudiciales. Sin embargo, en muchas familias, a la hora de ubicarse frente a una situación conflictiva, rápidamente se hecha mano de ese vacío que redunda en decir algo que atraviese al otro de manera despectiva o humillante pero que no sostiene ni enriquece la discusión sino que la aborta y quedando todos, además, con el agregado de un sabor amargo que emocionalmente castiga. Una verdadera paliza compartida.
O no le pasó haberse quedado pensando durante todo el día -o varios días- en algo que un allegado le dijo en el entorno de una discusión?
Esa puede ser una prueba de que la conversación se vio frustrada y el o los temas no quedaron ni cerrados ni con ninguna solución o decisión tomada como corolario.
Ese modelo de comunicación trunca y maltrecha donde los participantes quedan malheridos se va transmitiendo en el hogar si se transforma en algo habitual, por ello el cambio propuesto debe sentirse primero necesario y luego se impone actuar en consecuencia. Actuar implica establecer un rechazo contundente hacia esas palabras denodadamente habituales y, en consonancia, elegir otras mejores toda vez que aparezca la situación de conflicto.
Siempre hay una oportunidad. Claro que si se la desaprovecha sistemáticamente puede uno quedarse sin ella.